Joserra, como le llamaban sus amigos, falleció el sábado 10, en España. Sus enseñanzas y sus versos permanecerán en el tiempo, como su “Romances del algarrobo y la arena”, inmortalizados en una publicación UDEP.
Por Elena Belletich Ruiz. 12 noviembre, 2018.José Ramón Dolarea y Calvar llegó por primera vez a Piura en 1968: “Nunca podré olvidar aquel primer contacto con la tierra y el hombre…”, dijo en 1994. Fue el primer Secretario General y el primer catedrático de Literatura; promotor y jurado de los Juegos florales de la UDEP; y poeta, antes que nada.
De la prehistoria a la historia de la UDEP
Junto con el P. Javier Cheesman fueron los primeros dos profesores en asentarse en Piura, en setiembre de 1968, poco antes del inicio de las actividades académicas en 1969. En la ‘novela ejemplar’ “Breve historia de la Universidad de Piura”, el P. Eugenio Giménez registra que don José Ramón, le dijo al llegar a Piura que con el P. Giménez y quienes dieron los primeros pasos para el inicio de la UDEP había concluido la prehistoria de la Universidad y él y el padre Cheesman iniciaban la historia.
Aunque dejó Piura en 1975 y retornó a su patria (España) en 1979, el cariño y la nostalgia por los años vividos en Piura, en el Perú, permanecieron siempre vivos en él, y se manifestaban en sus expresiones de cariño, como las que hizo llegar en 1994, cuando la UDEP cumplió 25 años; o el poema que compuso para don Ramón Mugica por su cumpleaños en 1977; y por los 80 de Don Rafa, en el 2010.
“Porque por encima del alma del paisaje están, sobre todo, aquellos años intensos de experiencia humana y la amistad verdecida para siempre, desde aquel rincón entrañable del norte del Perú. Inolvidable aquel señorío, aquella generosidad, aquella colaboración, aquella entrega sin condicionamientos” (José Ramón de Dolarea, Amigos 35, 1994).
El mismo año, había comentado que volvió a España “con nostalgia, casi con desgarrón. Estaba convencido de que parte de mi alma y de mi vida se quedaba allí, identificada con los verdes algarrobos… Desde antaño escuché, conmovido, entre guitarras jaraneras el ritmo sincopado del tondero ‘Adiós San Miguel de Piura’ ‘no pierdo las esperanzas…’, pero difícil regreso, con el corazón roto…” (1994).
El poeta europeo y de nuestro desierto
Era un hombre de “fina sensibilidad poética, cantor de la arena y el algarrobo. Con él Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Rabindranath Tagore o César Vallejo cobraban vida ante sus alumnos embelesados en clases y tertulias nocturnas. Hizo hablar al silencio y supo recogerse en requiebros de hombre recio y enamorado ante la imagen de la Virgen, Madre del Amor Hermoso”, ha dicho en el 2009 el actual rector, Antonio Abruña.
Y, es que, son de José Ramón de Dolarea los versos que tanto repetimos sobre nuestra Universidad nacida “entre algarrobos verdes y arenas blancas”, recogidos en sus “Romances del algarrobo y de la arena”, publicado en 1972, en la colección Algarrobos, de la UDEP, en la que también publicó “Requiebros”.
“Escucharlo y leerlo son dos experiencias magníficas pero diferentes. No sé si exagero cuando digo que me recuerda al Machado de la Saeta andaluz. Durante su estancia en la cálida Piura, escribió poesía al algarrobo, la arena blanca y a los amigos. Sin embargo, en la Lima gris y húmeda de Ribeyro, se dedicaba a declamar en cuanto tenía oportunidad. Le recuerdo con un cigarro en la mano, mirando a la distancia y leyendo, transfigurado, poesía cargada de religiosidad y catolicismo. Lo hacía tan bien que hasta un agnóstico celebraría escucharlo, porque su poesía era su vida, sus poemas un diálogo con su interioridad”, dijo el año pasado en su blog uno de sus exalumnos, Alberto Machuca.
Profesor entrañable
No tuve la suerte de conocerlo personalmente; sin embargo, cuando comencé a estudiar en la UDEP, y muchos años después, las historias y leyendas sobre su figura de poeta y maestro eran recordadas con inmenso cariño. El poeta enamorado del desierto, de la UDEP, de Piura y de los algarrobos, que recitaba al aire libre, era conocido por quienes ni lo habíamos visto siquiera.
Alberto Machuca también recuerda que era: “Gran conversador, pequeño de estatura y elegante. Solía utilizar durante el verano, un pañuelo en lugar de corbata y en el invierno limeño bufanda y boina de paño. Ensimismado en sus escritos, le veía corregir a mano en una libreta “luxindex” sus escritos; sin perderse en la nebulosa que suele arrastrar a los poetas que conozco”.
También es recordada su calidez humana y de maestro, sobre la que el periodista y exdocente UDEP, doctor Federico Prieto, señala: “Tenía por norma aprenderse el nombre de los nuevos alumnos, de tal manera que tomaba lista de memoria, asombrando a los presentes. Era un detalle de cercanía, que hacía que los estudiantes supieran que en el campus cada uno era reconocido como tal, diferente de sus compañeros, y que la Universidad, y quienes le daban vida, no pensaban que el alumnado era una masa, sino el conjunto de personalidades cada una con sus virtudes y limitaciones”.
“Nadie entendía cómo es que Dolarea quería extraerles jugo a las piedras o, lo que es lo mismo, hacer poesía inspirado en esos arenales ardientes que quemaban en las suelas de nuestros zapatos, caminando rumbo a la ‘privada’”, ha recordado, el domingo 11 de noviembre en un artículo, otro de sus exalumnos, Rolando Rodrich.
La respuesta de dónde surgía su poesía la dio el mismo Joserra, en 1994: “Hay que vivir en Piura para sentir el sol siempre estrenándose; y contemplar el crepúsculo violeta, el cielo estrellado, la noche pródiga, la brisa fresca…”.
“Le dedicó a la Universidad de Piura sus mejores esfuerzos, e incluso puedo decir que supo ganarse la simpatía de muchos ilustres piuranos, con los que compartió años inolvidables”, prosigue el doctor Prieto en reciente artículo.
Puede encontrar algunas líneas sobre la biografía de este pionero, fallecido el 10 de noviembre, en el artículo publicado por el doctor Antonio Mabres: In memoriam.